Descriptivamente hablando, cada fila de dos asientos en un avión comercial tiene al menos un pasajero que efectivamente preferiría no estar allí. Sus manos pegajosas pellizcan los apoyabrazos en el arranque, sus ojos buscan furiosamente una sonrisa alentadora hacia las personas más cercanas, obvian cualquiera de las películas de acción rígida del sistema de recreación en vuelo. El miedo a volar jamás ha impedido viajar a diversas partes, pero con periodicidad ha afectado del disfrute del viaje. Hasta hace poco, se ha incorporado diversas técnicas especiales para el despegue y el declive final, confiando en que estos eran los únicos instantes potencialmente enérgicos de un vuelo, y que los aviones jamás acababan, expresemos, cayendo del cielo a mitad del Atlántico. Por ejemplo el vuelo 447 de Air France que cayó del cielo en la mitad del Atlántico fue uno de las noticas más alarmantes haciendo que los viajeros tengan miedo a volar.